sábado, 23 de julio de 2011

Delfinarios: lugares de esclavitud y muerte

     No puedo compartir, bajo ningún concepto, la visión que tienen algunas personas acerca de la solidaridad hacia los animales y el supuesto rechazo a su maltrato cuando eligen, partidistamente, unas especies en detrimento de otras. No es coherente  ni ético sensibilizarse ante el dolor y padecimiento de un perro o un gato y obviar el esclavismo y tortura a las que son sometidos delfines, elefantes o cobayas. TODAS las especies por igual merecen nuestra compasión y apoyo ante la sarta de brutalidades a las que son sometidos. No olvidemos jamás que son conscientes de sí mismos y del medio que les rodea, sienten y padecen como nosotros, no son ajemos ni muchísimo menos al dolor, al miedo o a la crueldad.
     Ya que el ser humano en su "excelso" caminar por este mundo no ceja en su empeño de sembrar horror y muerte por doquier, cuando menos a través de esta publicación NO haremos una sesgada discriminación del especismo. Insisto, todos los animales independientemente del continente u océano en el que habiten, al margen de si tienen alas, pezuñas o branquias, MERECEN nuestra mayor solidaridad  y nuestra lucha más enconada.
     Tampoco veo lógica la postura de esa gente tan "digna" que, ante hechos execrables como el de ayer en Oslo, donde dos salvajes atentados acabaron arteramente con la vida de decenas de personas o bien cuando una mujer es cobardamente asesinada en lo que catalogamos como violencia doméstica, se reúnen en manifestaciones rasgándose las vestiduras, cual ortodoxos judíos, condenando lo sucedido para mostrarse al mundo cuan sensibles y "humanos" son. Para mí esto es un ejercicio de la más supina hipocresía, no me vale que seas tan sumamente solidario y aguerrido en esta clase de humillación y luego te comportes con una aberrante indiferencia ante la explotación, crueldad y asesinato de millones de animales que tiene lugar a diario. Ya publiqué en un artículo anterior que NO se puede tomar partido por un tipo de discriminación obviando a otro, las cosas no funcionan así; si eres una persona con valores, con principios y con corazón llegarás a la conclusión de que cualesquiera formas de vejación, humana o no, deberán ser igualmente repudiables. No ha lugar a medias tintas ni ambigüedades en este asunto.
     Hace un tiempó escribí "Diario de un delfín", - lo podéis encontrar en el mes de junio-  para hacerme eco de la barbarie más espeluznante, de la crueldad más atroz que tiene lugar en Taiji, donde delfines y marsopas, tristes protagonistas de un episodio más de una larguísima y sangrienta lista, son vilmente masacrados sin piedad al amparo del secretismo más vergonzante.
    Hoy voy a exponer otra forma de vejación aceptada y consentida por la inmensa mayoría de la sociedad pero no por ello menos dura y violenta para estos nobles mamíferos, la que deriva de los delfinarios y parques acuáticos. Me gustaría arrojar un poco de luz, quitar algunas vendas sobre lo que realmente sucede aquí y sus nefastas consecuencias para estos bondadosos amigos del mar, y utilizo muy conscientemente las palabras "bondadosos" y "amigos" porque no en vano la historia está repleta de referencias a estos magníficos seres en las que, haciendo gala de una valentía y altruismo extraordinarios, han salvado a multitud de humanos de una muerte terrible debido al mortal ataque de un tiburón o librándolos de perecer ahogados.
     Todo este despropósito se inició en la década de los sesenta en Estados Unidos gracias a series como Flipper. Su impacto fue tal que creo a su alrededor una industria multimillonaria que no cesó de generar dinero. Un delfín, en el lugar apropiado, puede producir beneficios de casi un millón de euros al año. Es un negocio muy tentador para gente sin escrúpulos, donde lo primero que desaparece es el respeto al animal sustituyéndolo inmediatamente por una ignominiosa explotación.
     Este vertiginoso éxito vino, como decía anteriormente, a consecuencia de la corriente de simpatía que inundó los hogares norteamericanos con estos simpáticos animales creando un irrefrenable deseo de nadar con ellos, de acariciarlos, de tocarlos, de besarlos... hasta matarlos. Y digo bien, matarlos, porque esta situación desembocó en un ingente número de capturas sin precedentes hasta la fecha.
     Cuando entramos en un parque acuático podemos contemplar a un delfín saltando y sonriendo al compás de la música; ante esa tesitura es difícil ver el problema pero os puedo asegurar que la sonrisa de un delfín en cautividad es uno de los mayores engaños del mundo animal porque crea la ilusión de que siempre están felices. Craso error. Si tuvierais la oportunidad de entrar soslayadamente en la enfermería de esas "cárceles" consentidas podríais descubrir que sus botiquines están llenos de fármacos para combatir la úlcera de los delfines. Esta úlcera es provocada por el constante estrés al que son sometidos. Para entender esto, para comprender el motivo de que la cautividad no funcione en estos cetáceos deberíamos verlos cómo se comportan, cómo viven en libertad... Un delfín libre puede nadar unos sesenta kilómetros al día, alimentándose y sociabilizándose, jugando y descubriendo cosas nuevas. Es una especie curiosa y eminentemente acústica, su principal sentido es el oído y lo tienen desarrollado de tal forma que podrían ver a través de nosotros si estuviéramos en el agua, podrían ver cómo late nuestro corazón, nuestros huesos e incluso si estás embarazada. Dicho esto, podemos aseverar que el mejor sónar construido por el hombre está muy por debajo de las prestaciones que acabo de describir. Consiguen muchísima información gracias al sonido y aquí es donde radica el principal problema cuando son capturados porque se les confina en un tanque de hormigón rodeado de gradas llenas de gente vociferando... su sensibilidad al ruido anuncia que el estrés va a entrar en erupción  y es el que los acaba asesinando. Al hilo de este último comentario quiero plasmar aquí una macabra información, y es que cuando se inauguró el acuario de Baltimore (Estados Unidos) los delfines morían en masa y los responsables no entendían el por qué, finalmente se apercibieron de que el sistema de filtración hacía mucho ruido.
     Otro hecho tristemente demostrado es que estos mamíferos se suicidan, ellos no respiran automáticamente como nosotros sino que cada inspiración es un acto consciente, es un esfuerzo voluntario. Por eso pueden acabar con su vida cuando se torna demasiado insoportable, simplemente dejan de respirar y eso es lo que NOSOTROS propiciamos cuando les privamos de su libertad y les obligamos a la esclavitud, al cautiverio para nuestro mezquino y egoísta deleite personal.
     Voy a concluir este lúgubre e infausto artículo con otro dato más, hace cincuenta años tan solo había tres delfinarios en el mundo, en la actualidad se ha convertido en una codiciada industria multimillonaria ajena al dolor y la muerte de estos seres maravillosos gracias a nuestra asistencia a estos "lúdicos" recintos bañados de crueldad y agonía. Para erradicar esta crudelísima vileza te propongo que seas parte activa en detener toda esta masacre dejando de asistir a estos lamentables espectáculos, cuyos protagonistas son otras víctimas inocentes más de la insensibilidad y codicia del Hombre, porque de no ser así estaremos colaborando con todas esas capturas a la mayor matanza de delfines del planeta. Tú decides.

2 comentarios:

  1. Cuentas verdades como templos, gracias por compartir y difundir todo esto.

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  2. PUES SI LA HUMANIDAD NO ES DEMASIADO CONSCIENTE DEL DAÑO KE SE LE HACE A LOS ANIMALES

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