domingo, 4 de septiembre de 2011

Gladiador en Roma, torero en España

     Roma, año 100 de Nuestra Era.
     Es mediodía, el calor sofocante y una ingente multitud deseosa de abrazar la violencia en su estado más puro, abarrota los graderíos del Coliseum con la esperanza de ver sangre... mucha sangre.
     Los lanistas, en su eterno coqueteo con la potestad, otrora divina, de elegir sobre la vida y la muerte de unos perdedores sin remisión ni oportunidad, escrutan la amalgama de guerreros de miradas serias y actitudes sombrías que saldrán a la arena a divertir a la chusma, muriendo muchos de ellos por algo tan absurdo e incoherente como el mórbido apetito humano por la atrocidad y el salvajismo.
     Mirmillones, tracios, secutores, reciarios y hoplomachus aguardan con estoicismo la decisión del caprichoso dedo del destino, que decidirá si el fin de su existencia será hoy o si por el contrario podrán sentir los latidos de su corazón un día más.
     Alea jacta est... las Parcas han decidido que un tracio y un hoplomachus miren de frente a la muerte en la jornada inaugural de los juegos. Tras un breve gesto del egregio rostro del emperador Trajano, henchido de orgullo por su reciente racha de victorias en el Danubio, suena el cuerno de la sinrazón que da por iniciado el combate.
     La plebe aulla cuando los gladiadores toman posición en el centro de la arena. Se les ve pequeños, insignificantes, como dos títeres en medio de un escenario de proporciones descomunales. Gélidas y retantes miradas presiden un desesperado canto por la supervivenvia.
     Con gesto agresivo y sólidamente plantado sobre sus fuertes piernas, el hoplomachus adopta una actitud de espera manteniendo el escudo apretado con fuerza contra su pecho. Por su parte, el tracio, sujetando la espada contra el muslo derecho, se lanza sobre su oponente, pero éste evita el golpe con un ligero movimiento de todo su cuerpo. La gente, extasiada, ruge con vehemencia esta primera acometida. Esto solo es el preludio, las armas chocan ahora en una coreografía perfectamente sincronizada, en la cual ambos paran y atacan de forma sucesiva infinidad de veces. Fintas, ataques con sus correspondientes defensas, y hábiles juegos con la espada se suceden sin cuartel. A pesar de la intensidad del duelo, ambos hombres apenas realizan movimientos bruscos, tienen en su haber un gran número de triunfos que les permite atesorar la suficiente experiencia para evitar movimientos inútiles. La habilidad y la técnica son valiosísimas, pero no hay que olvidar la resistencia, que será la que propicie, o no, aguantar en el combate a un hombre durante todo el día, a pleno sol y en medio de sus heridas.
     Ya fuere por el cansancio acumulado o por un certero mandoble del rival, el tracio da con sus huesos en el suelo. La chusma, exacerbada, grita unánimemente desde las repletas gradas - "se lo ha merecido". No obstante, el caído se recupera con cierta dificultad apoyándose con una mano sobre la arena para mantener el cuerpo lo más erguido posible, y seguir peleando. El hoplomachus, arengado por un público enardecido, asedia a su contrincante que a estas alturas de la lucha parece incapaz de mantener la verticalidad y logra acorralarlo contra el muro. Las embestidas son cada vez más encarnizadas y contundentes, hasta que en una de ellas el filo de su espada logra penetrar el costado del tracio que se desploma en medio de un charco de sangre. El vencido, sin ninguna posibilidad de retomar el combate, pide clemencia desde el suelo levantando la mano. Las hordas de bárbaros sanguinarios que pueblan el Coliseum se vuelven ahora hacia el majestuoso y divino Trajano solicitando, con el pulgar en horizontal y en dirección a la garganta, la muerte del desdichado gladiador que yace abatido. El emperador del imperio más grande del mundo antiguo, contagiado por el ardor y la inmisericordia de una turba cegada por la brutalidad, cede y condena al pobre desgraciado que es atravesado, sin piedad, por un certero golpe entre la clavícula y el omoplato. Envuelto en un manto sangriento, los ojos del tracio se apagan mientras alberga la esperanza de, quizá, viajar hacia los Campos Elíseos.


     Madrid, año 2012 de Nuestra Era.
     Son las cinco de la tarde, el calor sofocante y una ingente multitud deseosa de abrazar la violencia en su estado más puro, abarrota los graderíos de la plaza de Las Ventas con la esperanza de ver sangre.... mucha sangre.
     Atrás ha quedado la paz y el remanso de la dehesa, la verde y húmeda hierba constituye ahora un vago recuerdo mientras un pequeño campo de concentración rodante transporta, encajonadamente, a un noble animal rumbo hacia su triste e inmisericorde destino.
     El duelo se acerca, la batalla está próxima. Sin embargo, la imparcialidad no será precisamente la bandera de esta lucha desigual. Haciendo un ejercicio de supina cobardía al astado se le arrojan sacos de arena sobre los riñones y se le recortan arteramente sus más preciados atributos de gallardía, los cuernos. El veredicto en este simulacro de combate entre hombre y animal ha sido determinado con antelación, la injusta condena por un crimen no cometido ha de ser firme, tajante y para asegurar su felona resolución se practican cortes en las patas traseras del animal que son tapadas con aguarrás para no mostrar al mundo la cobardía de quienes la propician.  La victoria del sinsentido deber ser absoluta, apoteósica y para que no quede el menor resquicio a la sorpresa se le administran laxantes, se le colocan algodones en la nariz y se le clavan alfileres en los testículos. Finalmente  y como colofón a este canto a la "equidad", se unta los ojos del bravo morlaco con vaselina... No podrá ver con claridad el rostro de su asesino.
     El toro, cegado por la luz y la traición, irrumpe en el coso donde una caterva de desalmados vociferan anhelantes su dosis de crueldad. La suerte está echada.
     Un distorsionado rostro disfrazado de muerte le provoca y le aterra; apelando al más primario de los instintos en todo ser vivo se defiende... atacando. Sus embotados sentidos y su cuerpo mancillado hacen que por su mente pase un sentimiento cercano a la incredulidad. ¿Por qué estoy aquí?
     Otro enemigo hace acto de aparición en el ruedo a lomos de un caballo, hierático e implacable clava la pica de la vergüenza en su maltrecho cuerpo, diez centímetros de caduca y arcaica brutalidad penetran sin compasión dentro de su ser. El elenco de descerabrados que asisten al martirio consentido, reflejan en sus rostros desencajados el súmmun del éxtasis cuando ven surgir borbotones de sangre de las entrañas del animal.
     La sed se torna implacable, el dolor extenuante mas no ha concluido aún este macabro ritual. Las banderillas, símbolos de la ignorancia de una tradición ancestral plagada de sadismo y perversidad, cercenan músculos y venas, dignidad y vida. Hemorragias incontrolables se apoderan de un majestuoso ser que , incrédulo e impotente, asiste como actor principal  a la película de la barbarie e impiedad más aberrante.
     Las fuerzas fallan y el indómito espíritu de supervivencia va emprendiendo, sin prisa pero sin pausa, un obligado peregrinaje hacia el cada vez más cercano reino del martirio. Frío e implacable, un grotesco fantoche vestido con la  indumentaria del irracionalismo más absoluto, alza la espada de la injusticia clavando cuarenta centímetros de la más genuina esencia humana en el maltrecho organismo del astado. La aorta y la vena cava son cortadas, el sufrimiento se acaba y la vida se despide. Una vez más el cavernoso barbarismo ha triunfado para deleite del vulgo, que puesto en pie, dirije su mirada hacia el moderno emperador solicitando recompensa para el verdugo.


    

4 comentarios:

  1. Ya no sólo se tortura hasta su agónica muerte, sino que se le prepara con antelación para que ese sea su fín, sin que pueda llegar a defenderse como él lo haría. Con auténtica bravura y gallardía. Algo de lo que carecen, después de leer los preparativos en el "backstage", los tan aclamados vérdugos de estos animales. Siempre atroces, como las demás tradiciones en las que media un animal como principal atracción, nos encontramos los actos de algunos humanos para que no quepa duda de quien es el "César" entre especies. Horrible, una vez más.

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  2. Lo que no llego a comprender es que si es cierto toda esa manipulación del pobre toro antes de su humillación y tortura, como no se ha denunciado, acaso los veterinarios son cómplices? Verguenza nacional.......

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  3. Adriana Fariña Seoane16 de septiembre de 2011, 0:57

    Perfectamente relatado,y tremendamente cierto!!!Verguenza y horror es lo que siento por mis congéneres.

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  4. que se puede esperar de una sociedad ipocrita en creencias que lo unico que mira en la mayor parte es de enrriquecerse a costa de vidas sean animales o no,para mentener callada y calmada a una panda de inutiles incultos que solo saben lo que les cuentan sus antecesores que es por ello su antigua cultura que no les deja ver mas alla de su frente.

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